George Bush y los Skulls & Bones
La asociación Skull & Bones ha inspirado una importante literatura conspiracionista que responsabiliza a sus miembros con el escándalo Watergate, la invasión de Bahía de Cochinos y aun con el asesinato de John F. Kennedy. Gracias a sus conexiones con el mundo de los negocios, sobretodo con el sector bancario, estos antiguos compinches de la Universidad de Yale controlarían las finanzas mundiales, y hasta el porvenir del planeta. Los Skull & Bones se habrían infiltrado en el Council on Foreign Relation, la Comisión Trilateral, la CIA, etc.
Los Skull & Bones son ante todo la ilustración de la manera cómo, en Estados Unidos, se ha perfeccionado un sistema de reproducción de las élites mediante una selección que, contrariamente al mito del self-made man, no tiene nada que ver con el azar o las cualidades individuales. En efecto, como subraya Anthony Sutton, los miembros más activos de la organización proceden de un «núcleo de unas 20 ó 30 familias», muy interesadas en la defensa de su legado y su linaje. Es por ello que son numerosos los matrimonios entre representantes de las familias a las que pertenecen los miembros de Skull & Bones, aunque únicamente los estudiantes varones eran admitidos, hasta hace poco, en la organización.
Yale, universidad puritana y elitista
Los Skull & Bones nacieron en el campus de la Universidad de Yale, lo cual, según la notable investigación de la periodista del Atlantic Monthly, Alexandra Robbins, no es nada de casual
A principios del siglo XVIII, el conjunto de universidades estadounidenses, ya sean Harvard, Williams, Bowdoin, Middlebury o incluso Amherst, fueron fundadas por congregacionalistas, pero se enfrentaban entonces a la competencia de los presbiterianos, lo que incitó a actuar al presidente de Harvard, Increase Mather. En 1701, éste deja su puesto y crea una nueva universidad «para que el interés de la Religión sea preservado, y que la Verdad sea transmitida a las generaciones futuras». Con la ayuda de diez pastores, nueve de los cuales venían de Harvard, logra fundar así la Collegiate School of Connecticut. En 1711, Isaac Newton, Richard Steel y Elihu Yale son contactados para que transfieran a la nueva institución algunos libros de sus colecciones personales. Los contactos con Yale, quien se había hecho extremadamente rico gracias a sus actividades en el seno de la Compañía de las Indias Orientales y como gobernador de la colonia de Madrás, fueron particularmente fructíferos. Además de proveer libros, Yale financia generosamente la universidad, que le rinde homenaje adoptando su nombre, Yale University, a partir de 1720.
Los lazos con el congregacionalismo garantizan el puritanismo de la enseñanza y el modo de funcionamiento de Yale. Estudiantes y profesores están obligados a hacer profesión de fe para ser admitidos en el establecimiento y se exponen a ser expulsados si su sinceridad es puesta en duda. A este puritanismo se agrega un enconado elitismo: les estudiantes son clasificados, desde que llegan a Yale, no según sus capacidades sino en función de la posición social de sus padres. En primer lugar, los hijos o nietos de gobernadores y vicegobernadores. Después, los familiares de jueces de la Corte Suprema. Un poco más abajo, los hijos de pastores y de antiguos alumnos. Al final de la cola, los hijos de granjeros, comerciantes y artesanos. Esta clasificación determina dónde se sentará cada alumno en las aulas, la capilla y el comedor. Lo más asombroso, señala Alexandra Robbins, no es que esta clasificación inicial dependa del estatus social de la familia del alumno, algo corriente en muchas universidades del siglo XVIII, sino que se mantenga durante los estudios. Yale se convierte así en el ejemplo ideal típico de una institución que reproduce las élites y su jerarquía interna. La pérdida del rango inicial es resultado de alguna violación de la disciplina y se considera un castigo al alumno que ha manchado así el honor de su familia.
Hay que agregar a este modo poco usual de funcionamiento la libertad expresamente otorgada a los alumnos de mayor edad para imponer novatadas, incluso las más humillantes y crueles, a los estudiantes de clases inferiores. El reglamento estipula una serie de medidas para garantizar el respeto de la más arbitraria jerarquía, basada únicamente en la edad. Lyman Bagg contó en la obra, Cuatro años en Yale, publicada anónimamente en 1871, cómo analizaba él los métodos establecidos por la institución. Estas prácticas autorizadas reflejan, según él, el «poder enorme de las “costumbres” de la escuela en la creación de una locura temporal que convierte a hombres débiles en seres crueles y a hombres buenos en seres sin piedad».
Esta propensión al elitismo, a la jerarquía brutal y al puritanismo incita los alumnos, a finales del siglo XVIII, a crear varias sociedades paralelas a la universidad. Se trata, al principio, de sociedades literarias, como Linonia y Brothers in Unity. Se exhorta a los alumnos a entrar en una u otra de estas organizaciones, algo que no parece lo suficientemente elitista a los que desean una estricta reproducción de la nueva «aristocracia» estadounidense. En 1780, se funda en Yale la rama Alpha de la organización Phi Betta Kappa. Otras sociedades florecen en esa época: la Beethoven Society, el Hexahedron Club… Poco a poco, las tertulias literarias pierden su importancia, reemplazadas por sociedades secretas, más elitistas y cerradas. A mediados del siglo XIX, las tres principales son los Skull and Bones (Calavera y Huesos), los Scroll and Key (Pergamino y Llave) y Wolf’s Head (Cabeza de Lobo).
Paralelamente, el claustro de profesores de Yale decide seguir la tendencia. Seis años después de la creación de Skull & Bones, seis miembros de la élite del claustro de profesores se reúnen en el «Club», que rápidamente comenzaría a ser llamado el «Old Man’s Club». Entre sus seis miembros fundadores se encuentran los profesores Josiah Willard Gibbs y Theodore Dwight Woolsey. La organización contará pronto en sus filas a William Howard Taft, al futuro chief justice del Estado de Connecticut Simeon E. Baldwin, al universitario Thomas Bergin, al neurocirujano Harvey Cushing y al fundador de los Skull & Bones, William H. Russell. De éstos, Thomas Bergin y Harvey Cushing no se convertirán en miembros de los Skull & Bones.
La guerra del opio
La universidad de Yale constituye un terreno particularmente fértil para una sociedad secreta tan elitista e influyente como los Skull & Bones. Pero el éxito de esta organización secreta se debe también en gran parte a la poderosa familia Russell, uno de cuyos miembros, el reverendo Noadah Russell, miembro eminente de la Iglesia Congregacionalista, participó en la creación de Yale. La familia Russell se implicó también en la gran guerra del opio que enfrentó al Reino Unido y China durante la primera mitad del siglo XIX.
A finales del siglo XVIII, el monopolio de la explotación del opio cultivado en Bengala con el beneplácito de Inglaterra había sido otorgado a la Compañía de las Indias Orientales, sociedad que dependía directamente de la corona británica y en la cual había participado Elihu Yale. La guerra del opio, que comenzó alrededor del año 1815, tenía como objetivo imponer la introducción de esa droga al enorme mercado chino. De 320 toneladas anuales en 1792, el contrabando de opio se eleva a 480 toneladas en 1817 y alcanza las 3 200 toneladas en 1837. China pide entonces a la reina Victoria que ponga fin al tráfico. La soberana anuncia que las ganancias que reporta éste al Reino Unido son demasiado importantes para que ella decida renunciar a éstas. La tensión aumenta entre Pekín y Londres: en febrero de 1839, un traficante chino es ejecutado frente a las representaciones de comerciantes británicos en Cantón. En junio de 1839, la Corona acepta destruir importantes cargamentos de opio. Numerosos ingleses abandonan entonces Cantón y Macao para retomar el tráfico de drogas un poco más lejos, bajo la protección oficial de la marina británica. El choque es ya inevitable: el 4 de septiembre, tiene lugar la primera batalla naval de la guerra del opio, que ocasiona la destrucción de numerosos navíos chinos. Los enfrentamientos demuestran «la fragilidad de los juncos de guerra chinos y la sanguinaria determinación de los protestantes ingleses de que salgan victoriosos los principios del liberalismo fundado en el tráfico de opio»
Samuel Russel, primo de William Russell, es un importante protagonista de la guerra del opio. De nacionalidad estadounidense, es el fundador, en 1813, de la Russel & Company, compañía que competirá, en 1820, con el dominio británico del tráfico de droga hacia China. Uno de los miembros eminentes de la sociedad era Warren Delano Jr., abuelo de Franklin Delano Roosevelt.
Del club Eulogie a los Skull and Bones
Es en este contexto que William Russel crea los Skulls & Bones, en 1832. Se hace difícil establecer las circunstancias con precisión. Al principio, podría tratarse de una reacción a la exclusión de un miembro de los Phi Beta Kappa, Eleazar Kingsbury Forster. Indignado ante tal manera de proceder y deseoso de dar de nuevo vitalidad a Yale, William Russel habría condenado la decisión de Phi Beta Kappa, dado abrigo a Forster y fundado, con otros trece estudiantes de Yale (entre quienes se encuentra Alfonso Taft ), una sociedad más secreta aún y todavía más fuerte, originalmente llamada Club Eulogie, nombre de la diosa griega de la elocuencia. Todavía bajo la impresión de un reciente viaje a Alemania, Russel incluye una buena cantidad de referencias germánicas en el ritual. En 1833, los jóvenes miembros adoptan la calavera y los huesos como emblema. En esa misma época, el número 322 se convierte en la «cifra clave» de la organización. El 322 antes de Cristo es justamente el año de la muerte del orador griego Demóstenes. Según la «tradición Skull and Bones», la diosa Eulogie se fue entonces al paraíso para volver en 1832 y unirse a la sociedad secreta.
En 1856, los Skull and Bones son oficialmente incorporados al Russell Trust, propiedad de William H. Russell, gracias a Daniel Coit Gilman (Bones 1852), presidente fundador de la Universidad John Hopkins. El 13 de marzo del mismo año, la organización cambia de cuartel general y se instala en un impresionante edificio del recinto universitario de Yale, pomposamente bautizado «la Tumba». El lugar se llena rápidamente de reliquias guerreras y macabras: pueden verse allí, según los testimonios de algunos miembros, recogidos por Alexandra Robbins, una acumulación de banderas, de colgaduras negras y de armas recogidas en campos de batalla. Como para que no se olvide que se trata de una confraternidad de estudiantes, una serie de pelotas de baseball provenientes de míticos encuentros ganados por Yale se expone en una sala. El logo de la calavera aparece prácticamente encima de todos los lugares vacíos mientras que huesos de animales se exponen en varias paredes. También pueden verse algunos esqueletos y huesos humanos. La mayoría de los cuadros expuestos en el recinto representa a la Muerte encontrándose con tal o más cual personaje célebre. La atmósfera es parecida a la del entorno de la familia Adams, según Marina Moscovici, conservadora de arte del Estado de Connecticut, que trabajó en la restauración de unos quince cuadros en 1999.
Una polémica estalló a principios de los años 1980 alrededor del cráneo de Gerónimo, que los Skull & Bones afirmaban tener en su posesión. Incluso lo mostraron a un jefe de la tribu apache de Arizona, Ned Anderson. Cuando se les pidió la devolución del cráneo, los miembros de la organización presentaron otro diferente. Un análisis demostró que era el cráneo de un niño de diez años, no el del jefe indio. La autenticidad de la reliquia, que regresó posteriormente a «la Tumba», es por tanto dudosa.
Hoy se conoce mejor el funcionamiento de la organización. Cada año se reclutan quince miembros, lo cual permite estimar en cerca de 800 el número de miembros vivos de la organización en cualquier momento preciso. Bajo la autoridad de los miembros más antiguos, los quince felices elegidos se reúnen dos veces por semana durante un año para conversar de sus vidas, de sus estudios y sus proyectos profesionales. También hay debates sobre cuestiones políticas y sociales. Una vez al año, la sociedad organiza un retiro en Deer Iland, una vasta isla situada en el río Saint Laurent, cerca de Nueva York, donde se ha construido un club señorial al estilo inglés. El nombre de la isla es Deer Iland, no Deer Island, porque tal fue la voluntad de George D. Miller, miembro de los Skull & Bones y generoso donante de la residencia [4].
El ritual de iniciación fue objeto de las más descabelladas elucubraciones por parte de los detractores de la organización. Sin embargo, como en el ritual masónico, el secreto que lo rodea constituye su elemento más determinante y, si es efectivamente posible que las ceremonias que se desarrollan en el recinto de «la Tumba» hayan tenido en algún momento connotaciones paganas, e incluso satánicas, hay que recordar también que las novatadas que inflingían a los nuevos alumnos de Yale eran, en el pasado, particularmente crueles. Pese a ello, es difícil que se pida hoy a los estudiantes seleccionados para entrar en la organización que se presten a juegos sexuales de mal gusto ante los demás iniciados.
La red
Lo más fascinante no es lo que sucede en el seno de la organización sino más bien la coherencia de su lista de miembros, reveladora del talento de Skull and Bones en la formación de las élites del mañana. Es así que todos los presidentes de Estados Unidos que han pasado por Yale han sido miembros de los Skull & Bones: William Howard Taft, Georhe H. W. Bush y George W. Bush. Son a la vez incontables las personalidades miembros de la organización que han ocupado más tarde importantes funciones en el mundo de la política, de la diplomacia, de los medios de difusión e, incluso, del espionaje.
La organización dispone de importantes contactos en los medios diplomáticos, sobre todo en el Council on Foreign Relations. Por ejemplo, Henry Stimson, secretario de Guerra de Franklin Delano Roosevelt, el embajador de Estados Unidos en la Unión Soviética Averell Harriman y J. Richardson Dilworth, administrador de los intereses de la familia Rockefeller, eran miembros de los Skull and Bones
Varios miembros de Skull & Bones han alcanzado también notoriedad en el mundo de los medios de difusión. Al parecer, Henry Luce y Briton Haden, miembros de la organización desde 1920, habrían concebido juntos la idea de crear la revista Time durante una reunión en «la Tumba» mientras que Averell Harriman fue el fundador del diario Today, que se fusionó con otra revista en 1937 convirtiéndose en Newsweek.
Los contactos con la CIA son particularmente impresionantes: William F. Buckley, miembro ultraconservador de la Agencia y conocido propagandista, fue miembro de la asociación, al igual que su hermano, James Buckley, subsecretario de Estado para la Seguridad, Ciencia y Tecnología, en el gobierno de Ronald Reagan, puesto desde el cual supervisaba la entrega de la ayuda militar estadounidense destinada a los regímenes de derecha. Hugh Cunningham (Bones 1934) también tuvo una larga carrera en los servicios estadounidenses, de 1947 a 1973. William Bundy, Bonesman de la promoción de 1939, se encuentra en el mismo caso, así como Dino Pionzio (Bones 1950), jefe de la estación CIA en Santiago de Chile en 1970, donde ayudó a desestabilizar al gobierno de Salvador Allende.
Al servir de medio de reproducción de la élite económica y política del país la organización se ha asegurado una benevolencia poco acostumbrada por parte de las autoridades. En 1943, un acta legislativa especial adoptada por el Estado de Connecticut eximió a los socios de la Russell Trust Association, que administra, entre otras cosas, los haberes de la sociedad secreta, de la presentación del informe de actividad que se exige a cualquier otra sociedad. Durante la segunda mitad del siglo XX, sus fondos fueron administrados por John B. Madden Jr., miembro de Brown Brothers Harriman, sociedad nacida de la fusión, en 1933, de Brown BROS & Company y de W.A. Harriman & Company. Madden trabajaba entonces bajo las órdenes de Prescott Bush, padre del futuro presidente George H.W. Bush y abuelo del actual presidente de Estados Unidos. Naturalmente, todos estos personajes son miembros de los Skull & Bones.
Otra fuente de fondos: los Rockefeller. Percy Rockefeller fue miembro de la Orden y vinculó la organización a las propiedades de la Standard Oil. Otra importante familia ligada a los Skull & Bones es la de los Morgan. J.P. Morgan no fue nunca miembro de la sociedad, pero Harold Stanley, miembro del equipo dirigente del Morgan’s Guaranty Trust, perteneció a ella desde 1908. W. Averell Harriman, de la promoción de 1913, fue también miembro del consejo administrativo, al igual que H.P. Whitney y su padre, W.C. Whitney. Es también de forma indirecta que la organización ha podido beneficiarse con fondos de la familia Ford, aparentemente en contra de la opinión de la misma. McGeorge Bundy, miembro de los Skull & Bones, fue en efecto presidente de la Fundación Ford de 1966 a 1978, después de haber sido asesor para la Seguridad Nacional bajo John F. Kennedy y Lyndon Johnson.
Presidencial 2004: Skull and Bones cara a cara
Los Skull & Bones no tienen verdaderamente un discurso ideológico, aunque no es corriente reverenciar a un financista de la guerra del opio o utilizar como objeto ritual el supuesto cráneo del último jefe de un pueblo recientemente exterminado. Contrariamente a lo que la literatura conspiracionista haya podido mencionar, no se trata de un club de neonazis, de ultraconservadores o tan siquiera de halcones. Sin embargo, como representante de la futura élite (lo cual implica ya el hecho de pertenecer a la clase social que dispone de suficiente capital sociocultural como para triunfar en los diferentes campos del poder), los miembros de Skull & Bones comparten una misma visión del mundo y de las relaciones en el seno de la sociedad. Son todos capitalistas partidarios de un seudoliberalismo y defensores de los valores de Libertad que presuntamente encarnan los Estados Unidos. Aún habiendo respondido recientemente a los cantos de sirena de lo «políticamente correcto» al admitir progresivamente a algunos representantes de las minorías étnicas y sexuales, y más tarde de las mujeres, en 1991 –provocando la consternación, entre otros, del ex-presidente George H.W. Bush–, las élites reunidas en los Skull & Bones no dejan de ser por ello la encarnación casi perfecta del pensamiento único de la clase dirigente estadounidense.
El hecho de que los dos últimos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, George W. Bush y John Kerry, fueran miembros de la organización no puede ser interpretado como la manifestación de una elección arreglada de antemano entre dos cómplices. Podemos sin embargo inquietarnos legítimamente por la forma en que se establece la selección en el terreno político estadounidense ya que, si los dos candidatos son capaces de enfrentarse duramente, no hay dudas de que ambos pertenecen a un medio social estrecho y homogéneo y que, por esa razón, defienden, a pesar de sus divergencias, intereses parecidos. En cierta forma, parafraseando a un político francés, la elección presidencial de 2004 habría sido «Skull and Bones o Bones and Skull». Es además por esa misma razón que la Orden llama tanto la atención, porque encarna la quintaesencia del medio social más favorecido de Estados Unidos y cuyos puntos de vista están lejos de representar el ideal democrático al que aspira el resto de la población. Individualmente, numerosos miembros de la organización han estado involucrados en la mayoría de las «acciones sucias» de Estados Unidos en los últimos cincuenta años, de la invasión de Bahía de Cochinos a la elaboración de la doctrina nuclear, pasando por el derrocamiento de Salvador Allende. Y han podido hacerlo únicamente fuera del marco de las instituciones democráticas, amparados por el secreto de su complicidad y sobre la base de una vieja confraternidad. Sin embargo, ninguna decisión de ese tipo ha sido tomada en el seno mismo de la asociación de los Skull & Bones. No se trata de una estructura jerarquizada, apta para tomar tales decisiones y hacer que se apliquen. Como quiera que sea, la Orden secreta sigue siendo la fachada más evidente del «enemigo de clase» que representa la «aristocracia imperial» de Estados Unidos.